"Chito" Veiga hace cumbre en el cielo

En el campamento base del Everest en 1992



El padre del alpinismo gallego, protagonista de expediciones míticas, fallece en Vigo a los 79 años


ARMANDO ÁLVAREZ - VIGO "Antes de que nadie hiciese nada, él ya lo había hecho todo", se dice de Elvis Presley y es también el epitafio de Constancio Veiga, Chito en la memoria. El montañista vigués falleció ayer, a los 79 años. Noticia brutal, pese a su delicado estado de salud, que ha conmovido a todos los que lo trataron, desgarrados entre el pesar de su pérdida y la fortuna de haberlo conocido. "Una leyenda. Sin él no existiría el alpinismo gallego", proclama Sechu López. "El padre de todos", lo llora Chus Lago. "Él convirtió el excursionismo de la época en Galicia en un deporte moderno", resume Fernando Fernández Rey, presidente de Montañeiros Celta, club al que Veiga estaba vinculado desde 1945. Sus devotos le preparan un pasillo de piolets en el adiós que hoy darán a sus restos mortales en el Tanatorio de Pereiró.

Chito estuvo en el origen de todo aquello que se pueda concebir, de todas las variantes de recorrido sobre la piel quebrada del planeta. Formó parte de la expedición de 1954 a la Cova do Rei Cintolo, acto fundacional de la espeleología galaica; ascendió a las nieves eternas del Kilimanjaro; viajó en burro de Ammán a Petra y por el Sáhara en un Gordini, entrañable coche francés. Su vida es un relato de aventuras del que Conrad, Stevenson o Salgari se hubiesen apropiado sin rubor.

Chito, en su querida soledad o acompañado por otros como su hermano Antonio y José Pérez Pena, que le sobreviven, tuvo el mismo amor por las colinas cercanas que por las lejanas cumbres. "Los paisanos se le cuadraban en las aldeas del respeto que le tenían", menciona Chus Lago. Chito era habitual en sus paisajes. Subió las cotas elevadas de los 315 concellos gallegos, todo aquello que superase los 500 metros de altitud, en 4.500 ascensiones. Expediciones de sesgo etnográfico, dedicadas a recolectar los mitos susurrados por las piedras que después desgranaría al amor de la lumbre. "Era un extraordinario contador de historias", recuerda Fernández Rey. "Nos reunía a los jóvenes alrededor del fuego y nos explicaba qué íbamos a ver al día siguiente y las leyendas que existían. Lo convertía en algo mágico".

Su amor por la naturaleza rompió fronteras: exploró Laponia, el Atlas rifeño, los Andes, Groenlandia y hasta subió al macizo neozelandés de Tongariro, completando las piezas del puzle de su tierra ignota. "Sólo le faltó la Antártida", recapitula Sechu. A la Antártida le faltó Chito. Contó esos viajes en prensa, bajo el seudónimo de Yeti.

Su importancia trasciende el itinerario de sus botas de siete leguas. Chito dicta el antes y el después del alpinismo gallego. Él protagoniza la transición del mosquetón de hierro y la cuerda de cáñamo, con los que protagonizó hazañas, a lo que hoy se utiliza. Fernando Fernández Rey destaca: "Fue el primero que empezó a emplear materiales modernos, técnicas que aquí se desconocían". "Es fundamental para la historia de nuestro deporte, también a nivel estatal", añade Sechu López. La palabra "pionero" se repite en su elegía. Abrió en el Galiñeiro la primera vía de escalada deportiva en Galicia; formó junto a su hermano y José María Pérez Berenguer la expedición que coronó Mont Blanc, Cervino y Matterhron; generó la dinámica de abrir rutas; situó a este país periférico en el mundo alpinístico. En resumen, "sembró la semilla que hoy permite a Montañeiros Celta tener 1.200 socios y a Trevinca, 800", comenta Fernández Rey.

Su legado habita en aquellos a los que adoctrinó. A través de la Operación Benjamín y otros programas ejerció durante 40 años como maestro de los alpinistas de la actualidad, como Chus Lago, que lo conoció a los 11 años y lo compendia: "Chito subió a las montañas y nunca se bajó de ellas".

Fue así hasta el final. Mantuvo el rito de las salidas de fin de semana, domingos de monte, incluso cuando la salud empezó a flaquear y se le ajó su cuerpo fornido, del buen remero que también fue. Le retiró la enfermedad de su mujer, a cuyo cuidado quiso dedicarse. "E incluso así, en casa, cuando evocaba sus recuerdos, te trasladaba a la montaña. Tenía escritos e imágenes de todo, pero no los necesitaba", relata Sechu López. "Le bastaba con cerrar los ojos para volver a estar allí". Sechu lo trató hasta el final. Conversaron este mismo lunes, apenas un día antes de que Chito partiese hacia su última cima. Era consciente de que su tiempo se agotaba y lo encaraba "con entereza e integridad, satisfecho de la vida que había tenido".

FUENTE: FARO DE VIGO

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