Tinta para la montaña: "El Ávila en la mirada de todos"

"En toda mi niñez percibí a la montaña como un elemento imponente que me hacía sentir sobrecogida" " El Ávila no nos deja sin horizonte, sino que el horizonte del caraqueño es quebrado y sinuoso" MARIA ELENA RAMOS , INVESTIGADORA Y CURADORA
 

Lo que en la noche se yergue como una sombra espesa, o como un borde anguloso que apenas se diferencia del cielo oscuro, toma al amanecer un verdor brillante, y se enciende por el sol o se oculta tras las nubes, pasajeras por la brisa. Como puerta, muralla, norte o compañía, El Ávila o Waraira Repano, en su extensión física y en su significación que casi tiende a lo anímico, es un blanco ineludible de miradas para quienes han andado por las calles caraqueñas o del litoral central. Su presencia, omnipresente en el paisaje, ha acaparado un espacio en el imaginario pictórico y ha enrumbado a cientos de pinceles, impresiones y flashes a capturar sus colores y matices. Así lo asegura la escritora María Elena Ramos cuando habla sobre la montaña, y así lo muestra en su obra El Ávila en la mirada de todos.


El material, realizado de la mano de Playco Editores, recoge el trabajo de 143 artistas que han hallado en El Ávila un motivo de estudio o de inspiración para sus obras.

En el libro, Ramos entabla un recorrido por tres siglos de labores de representación de la montaña que agrupan litografías anónimas elaboradas en la Colonia; cuadros de artistas como Manuel Cabré y Armando Reverón; grabados de Pedro Ángel González, Alirio Palacios y Luisa Palacios; piezas de Jacobo Borges, Adrián Pujol, Eugenio Espinoza, Alejandro Otero, y, entre tantos, creaciones de artistas populares como Bárbaro Rivas y Víctor Millán.

Además del estudio artístico de la autora, la edición captura visiones sobre las dimensiones literaria, urbana, geohistórica y ecologista de El Ávila, planteadas en textos elaborados por José Balza, Marcos Negrón, Pedro Cunill Grau y Ricardo Gondelles, respectivamente. De acuerdo con Ramos, la obra "trata de mostrar la multiplicidad de miradas y aproximaciones que giran en torno a esta montaña".

-¿Cómo queda retratado El Ávila en el legado de los artistas incluidos en el libro?

-En las primeras obras que manejamos, y de finales del siglo XIX, resalta la visión del viajero, del ojo de afuera. Para la gente de acá el apego existía, pero absurdamente no había sido motivo principal del arte generalizado, sino hasta esa fecha. Desde entonces se convierte en uno de los temas principales, desde las motivaciones particulares de cada autor y década. Por ejemplo, hacia los años 60 se le catalogaba de cursi, aunque siempre ha habido una tendencia a la admiración, o a la aceptación y búsqueda de su presencia en el paisaje, desde lo figurativo o lo abstracto.

Su impacto inicial

El primer recuerdo de Ramos sobre El Ávila, lo teje en la admiración, pero también desde el miedo. Tenía apenas dos años cuando sus padres llegaron desde La Habana hasta Caracas y encontraron residencia en una vivienda de Sabana Grande. Relata que el ventanal que refrescaba su cuarto le permitía ver el cerro y que entonces su mirada, acostumbrada a la infantil contemplación de la costa cubana, se halló sin horizonte. "Recuerdo que en toda mi niñez percibí a la montaña como un elemento imponente que me hacía sentir sobrecogida. Varios artistas sobre los que investigué, que también veían de afuera, presentan posturas similares", relata. No existe inmunidad sensorial ante El Ávila.

-¿Cómo es ahora su vínculo con la montaña?

-Me relaciono con ella desde una contemplación constante. Me es imposible no tomar en cuenta sus cambios, esos de color, de contextura, de consistencia, que tienen que ver con el clima, la calima, el smog o la hora del día. Con esta investigación comprendí que El Ávila no nos deja sin horizonte, sino que el horizonte del caraqueño es quebrado y sinuoso. Comprendo que la montaña me afecta como paseante, y afecta doblemente a la sensibilidad de los artistas.

FUENTE: EL UNIVERSAL

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