Denuncia: La destrucción de los bosques del Salto Ángel
Hace poco circuló la denuncia de la tala de 52
árboles en isla Ratón, una zona
con vistas al Salto Ángel. Se trata de
una pequeña porción destruida, que da cuenta de una realidad más amplia:
en Venezuela se pierden, anualmente, 288.000 hectáreas de áreas
boscosas. Los efectos de la deforestación son devastadores, y políticas
gubernamentales, como la Misión Árbol, aún no han rendido frutos.
Las imágenes generaron alarma. Al
fondo, como si estuviese dibujada con marcador, se ve la línea blanca y
gruesa del Salto Ángel, esa caída de agua de 979 metros que se precia de
ser la más alta del mundo; un poco más acá, se observa un claro en
medio de la vegetación de isla Ratón, pequeña porción de tierra sobre el
río Orinoco. Los medios de comunicación y redes sociales hicieron
circular la noticia: hubo deforestación en este lugar privilegiado del
Parque Nacional Canaima.
Gregorio Rivas, presidente de la Asociación de Operadores Turísticos
de Canaima, dice que comprobaron la denuncia en octubre, cuando hicieron
una inspección junto a la Guardia Nacional y algunos integrantes de la
comunidad. En el recorrido, asegura, se determinó que talaron 52
árboles, que tenían entre 10 y 50 centímetros de diámetro. Leonardo
Martínez, capitán indígena de Canaima, también confirmó el asunto, pero
dio un número distinto: “Fueron unos 10 árboles en total”.
Sobre estas cifras, no ha habido pronunciamientos oficiales. Rivas
asevera que la empresa responsable fue Canaima Tours, un campamento que
—de acuerdo con un documento oficial— recibió autorización del Instituto
Nacional de Parques sólo para hacer limpieza de especies caídas. “Se
determinó que la sanción era de una semana de suspensión de actividades y
después se levantó el castigo. A raíz de eso, comenzó una retaliación
contra los operadores de Canaima”, señala. Se refiere a la orden del
Ministerio Público de desmantelar nueve campamentos considerados
ilegales, que —dice una nota de prensa Fiscalía— eran responsables de la
contaminación del río Churún, además de la degradación del suelo y la
topografía, y la deforestación.
Pero, más allá de este asunto puntual, ha habido otros casos de tala
en este sector. Martínez refiere que hace muchos años, cuando él aún no
era capitán, se devastó un área más grande que quedó como helipuerto.
“En dos oportunidades también he podido comprobar que han tumbado
árboles en isla Ratón para hacer leña. Trabajaremos para que esto no
siga ocurriendo. Así sea un área pequeña, tiene un impacto”, dice.
Efectivamente, eso es así. Este pequeño punto geográfico no sólo
pertenece a un área protegida con la figura de parque nacional. También
forma parte de la amazonía venezolana, una zona con alta biodiversidad
que abarca los estados Amazonas, Bolívar y Delta Amacuro, y que
concentra 90% de los bosques del país. En comparación con otras naciones
que conforman la Amazonía, el área que corresponde a Venezuela —que
constituye 5,8%— no es el que cuenta con mayor deforestación; de hecho,
de 2005 a 2010 la cantidad de bosques destruidos se redujo. De todos
modos, entre 2000 y 2010, de acuerdo con la Red Amazónica de Información
Socioambiental Georreferenciada, se devastaron 5.195 kilómetros
cuadrados de este sector con gran valor ambiental.
En el estudio Identificación de las áreas hot spot de deforestación en Venezuela,
publicado en 2011, se determinó que, en efecto, al sur del río Orinoco
ha habido menos cambios en la cobertura boscosa, en comparación con el
norte. Entre 2005 y 2010, de acuerdo con imágenes satelitales y
consultas a expertos, en esta zona hubo tasas de deforestación de 0,37% a
0,20%. “Sin embargo, su situación es preocupante porque en esta región
se localizan los bosques amazónicos del país”, dice el informe.
Los investigadores también determinaron las áreas hot spot. O
sea: zonas que tuvieron un cambio rápido de cobertura de bosques en 5
años. En la lista se incluyeron nueve sectores al sur del país, como el
cerro Autana-Yacapana, el norte de la cuenca del Caura —el eje
Guarataro-La Tigrera—, Los Pijiguaos y, entre otros, la Reserva Forestal
de Imataca.
Al norte del Orinoco el asunto es aún más grave, especialmente en los
llanos occidentales y el sur del lago de Maracaibo, de acuerdo con
investigaciones nacionales. Antonio De Lisio, geógrafo y ex director del
Centro de Estudios Integrales del Ambiente de la Universidad Central de
Venezuela, señala que, hasta 2008, 50% de la superficie del norte de
Venezuela había sido deforestada. “Si esa situación se mantiene, en 100
años podríamos convertir los bosques en desiertos”, advierte.
Esa realidad contribuye con una medición que aún genera alarmas: un
informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y
la Agricultura, que se publicó en 2010, denota que entre 2000 y 2010 se
deforestaron 288.000 hectáreas anuales en todo el país.
Como señala el Instituto Venezolano de
Investigaciones Científicas, se trata de una superficie mayor al estado
Nueva Esparta. Esta cifra ubica a Venezuela entre los 10 países con
mayor tasa de deforestación en todo el mundo, lista en la que también se
encuentran Brasil y Bolivia.
Efectos profundos
La reforestación es prioritaria en un país en el que se han destruido
bosques, principalmente, por la actividad agropecuaria, la minería, el
crecimiento de la población, los incendios y otras razones que se
explican en investigaciones. También hay que agregar la tala ilegal: en
julio de 2013, Interpol decomisó 188.000 metros cúbicos de madera en
apenas un mes. Para contrarrestarlo, dice el comunicado, las autoridades
venezolanas trabajaban en la recuperación de alrededor de 8.000
hectáreas.
La pérdida de grandes extensiones boscosas tiene sus efectos. En
primer lugar, afecta el suministro de agua. Julio César Centeno,
profesor de la Universidad de los Andes y director ejecutivo del
Instituto Forestal Latinoamericano, explica que los árboles protegen los
ríos y, por eso, cuando se deforesta en los alrededores de una cuenca
hay más posibilidades de que ocurran inundaciones y de que, en época de
sequía, los cuerpos de agua queden secos.
Eso, a su vez, influye en otros servicios, como el de electricidad.
José Rafael Lozada, del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo
Forestal de la ULA, señala en un artículo que cuando se eliminan los
bosques aumentan los sedimentos en los ríos. “Por esta razón, algunas
represas con fines hidroeléctricos, como el Complejo Hidroeléctrico del
Guri, o para el manejo de agua potable o de riego, están colmatadas, con
costos de mantenimiento elevados o ya inoperantes”, señala el
documento.
La deforestación también trae consecuencias en la salud. Un estudio
del Proyecto Wesoichay de la Asociación para la Conservación de Áreas
Naturales, publicado en 2008, demostró que en las zonas con mayor
deforestación en el Bajo Caura, en el estado Bolívar, hubo más enfermos
de malaria. Entre 1975 y 2005 se perdieron 20.564 hectáreas de bosques
en este sector, y en toda la región del Caura se presentaron 16.639
casos de malaria entre 1995 y 2005, lo que equivale a 5,2% de la cifra
total del país. “La tala de árboles puede alterar el suelo, la
vegetación, la cantidad de cuerpos de agua, así como la temperatura del
ambiente, por lo que se crean condiciones propicias en los criaderos
para la reproducción de mosquitos Anopheles”, dice el informe La malaria en poblaciones indígenas de la cuenca del río Caura.
Al pensar en el largo plazo, con la deforestación también se resiente
la biodiversidad. Centeno señala que se trata de un asunto importante,
pues Venezuela es el octavo país más rico en biodiversidad del mundo.
“Desde hace unos 10 años la genética se está llevando la atención,
incluso más que la electrónica. Los genes se están convirtiendo en la
principal riqueza de cualquier sociedad. Si se destruyen los bosques, se
estaría reduciendo la fuente económica y estratégica del futuro”, dice.
A eso se suma, explica, el aumento de las emisiones de CO2. De
acuerdo con cifras del Banco Mundial, correspondientes a 2010, Venezuela
tiene la tasa más alta de América Latina, con 6,9 toneladas de CO2 por
habitante. La deforestación de 288.000 hectáreas al año —escribe Centeno
en un artículo publicado en julio de 2014 Venezuela ante el cambio climático— contribuye con el incremento de 100 millones de toneladas de CO2 al año, es decir, más de 10 toneladas por habitante.
De Lisio apunta a otra arista: Venezuela no pertenece al Programa
REDD de la Organización de Naciones Unidas, que apoya financieramente a
los países en desarrollo para que protejan sus coberturas boscosas y,
así, se reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero. Hasta
junio de 2014, esta iniciativa había aportado 195,7 millones de dólares a
varias naciones. “El Gobierno dice que esta es una manera de justificar
la contaminación en los países capitalistas. Pero integrantes de la
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, como Bolivia y
Ecuador, reciben este apoyo”, señala.
Cifras engañosas
En abril de 2013, el extinto Ministerio del Ambiente dio una buena
noticia: entre 2000 y 2010 la tasa de deforestación se redujo en 47,3%,
producto de las políticas del Gobierno. Hace poco también alardearon
como un logro que en 8 años se han plantado 40 millones de especies en
40.000 hectáreas, a través de la Misión Árbol. Pero, en realidad, el
objetivo inicial no se ha cumplido.
En primer lugar, cuando el ex presidente Hugo Chávez presentó la misión durante un Aló Presidente,
dijo que se reforestarían 150.000 hectáreas en un periodo de cinco
años, es decir, desde 2006 hasta 2011. Ahora, tres años después de que
se venciera el plazo, esas 40.000 hectáreas no representan ni la mitad
de la meta. Durante los dos primeros años, las Memorias y Cuentas del Ministerio del Ambiente
señalaban una ejecución física cercana a 100%. Pero en 2009, aunque se
produjeron casi la totalidad de las plantas, sólo se completaron 2.909
hectáreas de las 5.937 programadas. Los 7,2 millones de bolívares sí se
gastaron en su totalidad.
En 2013 el rendimiento bajó aún más. De las más de 7 millones de
plantas que debieron producirse, sólo se logró una ejecución de 16%, y
de las 8.562 hectáreas que debían reforestarse, se completaron 1.420.
Debieron recolectar 12 millones de semillas, pero alcanzaron 8.252. Todo
eso con una inversión de 15,27 millones de bolívares, con ejecución
financiera de 100%.
A eso se debe sumar una cuenta que hace Centeno. Dice que esas 40.000
hectáreas reforestadas sólo representan 2% de los bosques que se han
destruido en el país —más de 2 millones de hectáreas en total, si se
consideran las cifras de la FAO. “Entonces no es realmente un logro”,
apunta Centeno. Concluye que, a partir de 2007, es posible que se haya
reducido la deforestación, pues se han distribuido tierras entre
campesinos —lo que impide que se talen más árboles para buscar espacio
para la producción agrícola—, pero no existen datos oficiales que avalen
esa idea.
A juicio de Centeno, se deben plantar 6 millones de hectáreas en los
próximos 20 años. Y para eso, hay que invertir alrededor de 5.000
millones de dólares, lo que puede conseguirse al destinar 1 dólar por
cada barril de petróleo —calculado a 100 dólares, antes de la caída del
precio. “En los próximos 10 años se pudiera capturar buena parte del
carbono que se produce en Venezuela. Esta propuesta la hicimos a Pdvsa,
pero no respondieron. Sería un gran beneficio para las generaciones
futuras y, además, pudiera mejorar la imagen del país en el ámbito
internacional”, explica Centeno.
También puede incrementarse la productividad de las tierras, de
manera que no haya necesidad de talar árboles para buscar más áreas
fértiles. “De las 34 millones de hectáreas de tierra agrícola y
ganadera, 40% se ha declarado improductiva. En lugar de tumbar bosques,
se pudiera aumentar la eficiencia de uso. En Brasil, por ejemplo, hay 10
vacas por hectárea, mientras que en Venezuela la proporción es de 1
vaca por cada 4 hectáreas”, suscribe el especialista. Las alternativas,
entonces, existen. Lo que hace falta es voluntad para llevarlas a la
realidad.
FUENTE: EL ESTÍMULO
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