Anécdotas y algunas reflexiones del caso Enmanuel y Kaína, perdidos en el Ávila (2da parte)

Ésta es la segunda parte de la historia del rescate de Kaina y Enmanuel, contada por la periodista Maryorin Méndez, allegada a la familia de Enmanuel. Si no has leído la primera parte, haz clic acá. 


EL HALLAZGO: El día que los encontraron fue muy raro. Escuché el camastrón de la Guardia Nacional rastrear en la mañana y recordé que el coronel me informó que cada hora de vuelo eran 2.500 dólares. Me preguntaban si por ser el sexto día, el gobierno aceptaría que un helicóptero liviano privado, que se había ofrecido a sobrevolar el Ávila, hiciera la búsqueda por dos horas. No fue así. Lo dijeron clarito: “Les da miedo un Oscar Pérez” y tragamos grueso.

Ivette me comentó que la tarde se le hizo larga. Yo me incorporé a las 6PM a la estación de bomberos porque tenía la oficina abandonada. Les pregunté si habían visto que la luna estaba de cachito. Bromeaba sobre mis dotes guajiros y una serie de chistes que ya no daban risa. Mientras esperábamos que se hiciera la hora del parte vimos a los voluntarios ensayar un rescate en camilla. Ivette les preguntó qué hacían y ellos le respondieron: “si encontramos a tu muchacho lo vamos a bajar en esto”. Era un comentario más.

Carmen, la mamá de Kaína, se quejaba del dolor de cabeza; tenía la tensión alta, y decidió irse a casa sin esperar una explicación que ya nos sabíamos de memoria.

Cuando nos mandaron a subir a la sala eran las 8 y pico; más tarde de lo común, y empezó la misma escena. El comandante de los bomberos explicaba las rutas barridas en el día y el plan del siguiente. Pidió que le hiciéramos preguntas y nos quedamos en silencio. Ya no había nada nuevo qué decir. Todo era redundante. Ante el silencio incómodo nos dijo: “por favor, no perdamos la fe, en verdad se los digo, no perdamos la fe”.

Ahí le pregunté si habían encontrado un rastro, una seña y sentenció: “nada”. Ivette hizo un par de preguntas y de repente al comandante le repica el teléfono. Era la primera vez que lo atendía cuando hablaba con nosotros. Pidió disculpas, salió. Naydú me me dijo; coño, debe ser importante y asenté.

Volvió al salón emocionado y dijo: “Les tenemos noticias; aparecieron los muchachos”. Gritos, llantos, más gritos, y abrazos. Nunca en mi vida había sentido una emoción tal. Me puse las manos en la cara y comencé a llorar. Ivette temblaba y la abracé. Todos empezamos a abrazarnos. Los bomberos se abrazaban entre ellos, dábamos las gracias y comenzamos las preguntas: ¿dónde y cómo están?. Nos dijeron que el grupo que caminaba rumbo al campamento se había devuelto para el rescate. Cuando nos recuperamos de la emoción pregunté: ¿Alguien le avisó a la mamá de Kaína?: “nooo, nooo”. La llamé y le dije: Carmen, es Maryorin: “ajá, mija”. - ¡Aparecieron!, le dije; gritó dos veces y se desmayó. Alguien agarró el teléfono y me habló: “La sra Carmen se desmayó, ¿qué pasó?” Le conté y colgamos. A los dos minutos me llamó de vuelta y pudo escucharme con más calma. Alguien la llevaría a donde estábamos.

Mientras esto pasaba llegó la primera foto de los muchachos. La proyectaron en la pizarra y otra vez los gritos y las lágrimas. Carmen llegó y la aplaudimos. La veía subir azarosa las escaleras y me daba miedo de que se cayera. La abrazamos y fue cuando le mostré la foto de los niños. Lo recuerdo y lloro.

Debía informarles a todos que habían aparecido, pero el director de Protección Civil quería dar la primicia. Cuando escuché que ya lo había informado lo dije en mis grupos y en mis redes. Ahí sonó de nuevo el tlf del comandante y eran los niños para hablar con sus madres. La reacción de Orlando al escuchar a Enmanuel fue propia de un hermano.

Me concentré en la foto y pregunté quiénes eran los que estaban con Enmanuel y Kaína; me dijeron que eran los de Rescate Humboldt y comencé a investigar sobre mis nuevos héroes. Nada más y nada menos que los veteranos José Camacho, Alfredo Autiero y Daniel Tod. No era un Guardia ni un bombero forestal. Ellos eran los únicos que habían insistido en quedarse esa noche en la montaña, en una ubicación muy distinta a la escogida por los cuerpos de rescate. Habían hecho su propia triangulación de las llamadas telefónicas y el cálculo del lugar donde habían dicho los adolescentes que estaban cuando se perdieron.

Vi en primera persona cómo de inmediato los jefes de los cuerpos involucrados quisieron tomar protagonismo de una historia que había cobrado interés público. Uno de los bomberos me dijo cuando llegó Galindo, jefe de PC: “Nunca había venido cuando aparece una persona en el Ávila”. Ni modo, pensé, es una conducta muy propia de estos tiempos, y se sentó a esperar con nosotros.

EL RESCATE y las autoridades: A las 2AM nos dijeron que al sitio donde se habían caído sólo se llegaba a rapel y que tardarían horas en la “extracción”. Nos fuimos a casa a tomar café y a las 4am ya estábamos de vuelta. Llamamos a los bomberos y nos dijeron que sería un par de horas más… al final, fue a las 12 del mediodía del viernes cuando nos mandan a ir a Sabas Nieves –parte baja- a recibir a los chamos.

Enmanuel y Kaína estaban aparentemente bien, pero ella se descompensó y se dieron cuenta que ninguno de los dos podía seguir bajando por sus propios medios. Los colocaron en la camilla y la extenuación salió a flote. Bajarlos en peso fue todo un reto. Si bien los encontró el grupo Humboldt, el rescate no hubiera sido posible sin los bomberos forestales. Al verlos trabajar pensé en lo bien que le iría al país si todos tuviéramos su mística. Cantaban consignas, gritaban de emoción. Un par de días antes, nos habíamos activado para colectar comida para ellos. Los vi cada día bajar de la montaña envueltos en barro, cargados con arneses, mojados por la lluvia, agotados y sin nada para llevarse al estómago. Aun así nunca se quejaron.

Situación distinta la de los Guardias Nacionales. Les molestaba tener que subir, ayudar a cargar, aguantar sol. Hacían bromas pesadas sobre los muchachos y si veían un familiar le decían que necesitaban comer para “agarrar fuerza”. Esa risa burlona me recordó cómo los vi actuar los cuatro meses anteriores en las calles de Venezuela. Si te quedas con ellos un minuto más pierdes la fe en el ser humano.

Pulso a pulso los chamos fueron bajados por los voluntarios. Primero Enmanuel y más tarde Kaína. Mientras esperaban por ella, uno de los jefes sacó un sándwich y se lo comió delante de Enmanuel. Fue grosero.

Solo cuando ambos estuvieron en el mismo punto los acercaron a donde estábamos todos. Aquello fue un desastre: la prensa, las madres llorando, los guardias, los rescatistas, los curiosos. No olvidaré que me abstraje y vi a Kristel Chopite haciendo un pase en vivo para Unión Radio y se le quebraba la voz. Del otro lado Rubén Sevilla era el único entrevistando a Alfredo Autiero y lo miraba con tanta admiración... Me sentí orgullosa del oficio.

Los subieron a la ambulancia y las autoridades declaraban a la prensa. Era el fin de un capítulo en verdad muy amargo.

El acuerdo era que al llegar abajo serían trasladados al centro asistencial que los padres decidieran. No fue así. Dijeron que por protocolo debían ser llevados al hospital Clínico bajo custodia de la GB, donde los dejaron hospitalizados. En promedio perdieron un kilo al día. Los mantuvo a salvo el hecho de beber agua, la edad, que estaban acompañados y que tenían unos kilitos demás. Jamás comieron.

Camino al hospital tanto Kaina como Enmanuel fueron cogidos de mano con sus madres. No había nada qué perdonar. La mejor lección ya estaba dada.

Hubo que explicarles por qué había tanto interés en ellos. Estaban desorientados y no entendían lo que pasaba. Después estar solos el uno con el otro, un baño de gente los abrumaba. “Son los niños del Ávila”, le decían enfermeros, doctores y pacientes que se les acercaban a conocerlos. Parte del aprendizaje de ambos fue ver tanta penuria, tanta necesidad. Enmanuel preguntó a su madre por qué le decían tanto que volvió a nacer, no tenían idea de la pesadilla vivida de este lado de la historia.

Una vecina nos contó que, la noche en que aparecieron, el Valle parecía un 31 de diciembre. Los vecinos de Enmanuel gritaban por la ventana: “¡los encontraron, los encontraron!”, mientras tocaban cacerolas, pitaban y pegaban gritos.

Enmanuel pasó cinco días estabilizándose en el Hospital y Kaína 24 horas. El desinterés del uno por el otro es más que evidente.

Las heridas se están curando poco a poco y lo que pasa por esas mentes es algo muy de ellos.

PD: No hubo secreto en la montaña, ni pecado en el jardín prohibido.

Para la 3ra y 4ta parte, clic acá.

Recomiendo la lectura de las "Recomendaciones para Excursionistas" acá.

TOMADO DE FACEBOOK

Comentarios

  1. Muy buen articulo, ojala las personas aficionadas al senderismo tomaran un poco de conciencia y le prestaran mas atencion a dos cosas fundamentales como son, informate y preparate, no hablo de una operacion de comandos, simplemente aprender un poco sobre el terreno a recorrer y bueno, imaginate todo lo que te cabe en un koala y que te puede ayudar en una emergencia y hasta salvarte la vida, mis parabienes para los muchachos y sus familias y los mejores deseos....Siempre Listos.

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